Fábula de la ciudad dormida

Érase una vez… una ciudad dormida en medio de la vieja Celtiberia.

Se había llamado Ciudad Victoriosa y había conocido épocas de bullicio y esplendor, con sus calles llenas de gentes atareadas, sus termas repletas de ciudadanos ociosos y su anfiteatro rebosante de un público excitado por el espectáculo. A su teatro, orgullo de la ciudad, llegaban por entonces histriones, que con su gesto y su palabra daban vida a personajes que con sus fábulas e historias hacían reír o llorar a los espectadores que llenaban sus gradas. Eran tiempos en que Roma edificaba y embellecía ciudades por todo su Imperio.

Transcurrieron los siglos; nuevos pueblos y  nuevas  potestades dominaron su entorno. Y al implacable  paso de siglos y avatares la que fuera cabeza de Celtiberia se fue  extinguiendo hasta quedar del todo abandonada: luego el tiempo y  el olvido, con su cohorte de expolios y rapiñas, acabaron por cercenar incluso su memoria. Con más de dos mil años a sus espaldas, sumida en el sueño imponente de la ruina gloriosa, la ciudad   ya apenas recordaba antiguos esplendores. Y así permanecía, acurrucada en el cerro de Cabeza de Griego, dormitando al sol de primaveras y veranos ofreciendo lo que quedaba de sus restos emergentes a los rigores de otoños y de inviernos.

Foto M 02Pero hace ahora 25 años, a la ciudad le sucedió algo del todo inusitado. Por una iniciativa del Catedrático de Latín Aurelio Bermejo, una mañana de primavera sus piedras despertaron sorprendidas por un bullicio que hacía muchos siglos que no conocían; las piedras milenarias de su teatro no daban crédito a lo que estaba ocurriendo: cientos de espectadores estaban ocupando sus gradas,  como en aquellos ya tan lejanos tiempo del dominio de Roma.

Cuando se hizo el silencio, la cávea resonó con unas voces jóvenes que venían de la escena. Todo era sorprendente y  a la vez familiar: los nuevos histriones no hablaban ya latín,  pero las historias que representaban eran las mismas que en otros tiempos habían hecho vibrar allí mismo a los antiguos habitantes de la ciudad. La Ciudad Victoriosa volvía a vencer, en este caso al tiempo, y recuperaba una parte de su vida.  Desde entonces cada año, durante algunos días, su teatro, rebosante de público, ajusta nuevamente su función al empleo para el que fue construido: ser lugar y escenario de ilusión y magia, donde la vis cómica y la tensión dramática de la tragedia clásica encuentran el exponente en el trabajo interpretativo de unos jóvenes para otros jóvenes.

Hace ahora 25 años, comenzó la andadura de lo que hoy es este Festival. A lo largo de estos años, lo que nació en Segóbriga con tan buenos auspicios se ha difundido a otros lugares y a otros recintos arqueológicos: Tarragona, Cartagena, Sagunto, Palma de Mallorca, Gijón, Bilbao, Itálica, Mérida, Zaragoza, Clunia, Cantabria, Madrid, Andújar…, en los que se representa este mismo tipo de teatro para los miles de estudiantes de Enseñanza Secundaria, fundamentalmente, que asisten a las representaciones.

Todo ello ha sido posible gracias a la ayuda de diversos Organismos, Instituciones y Entidades bancarias del país y de las diferentes Comunidades Autónomas españolas, y a la positiva respuesta de una pléyade de profesores y profesoras, que han venido acudiendo cada año con sus alumnos para ver las obras que a lo largo del curso habían preparado con ellos en clase. Y el milagro de esta ciudad dormida y al cabo victoriosa ha sido también posible gracias al trabajo imaginativo, ilusionado y eficiente de los directores de grupos de teatro, que, con medios muy limitados, han conseguido presentar montajes teatrales de una gran calidad, dando al Festival el prestigio que actualmente tiene.

 

                                                                             Pedro Sáenz de Almeida